Luego de un mes, finalizó el mundial de fútbol que se festeja religiosamente cada 4 años.
La selección argentina ha demostrado un excelente rendimiento y más de lo que muchos esperaban.
Llegamos a la final de la copa del mundo, después de 24 años, una gran sorpresa para algunos que no habían podido ver a la Argentina en una final.
A medida que íbamos pasando las etapas, nos sentíamos con un tremendo orgullo de ser argentinos, de copar Brasil y alentar a nuestra selección dándole fuerzas para continuar.
Finalmente, después de perder el último partido frente Alemania, se vieron sensaciones encontradas tanto por parte de los jugadores como de los 40 millones de argentinos.
Lo gratificante fue observar, cómo más allá de la derrota, había todo un país agradecido con el plantel y por todo lo entregado. Más allá de algunas críticas que se le pueda hacer al director técnico o algún jugador en particular, no podemos negar el gran resultado al que llegó este equipo.
Y es aquí donde viene lo lamentable, que siempre de un mundial volvemos todos a la realidad de cada país y este país ha dado mucho que hablar.
Cuando la Argentina pasó a la fase final del campeonato mundial, afortunadamente fue un festejo tranquilo, donde todos salían a las calles con alegría y orgullo por la celeste y blanca, el tema fue cuando perdimos el domingo.
Apenas terminó el partido, perdiendo ante Alemania, todo el país salió a demostrar el sentimiento hacia el seleccionado, el reconocimiento por el esfuerzo y la humildad, pero luego se fueron transformando en lamentos.
Un grupo de personas salieron al Obelisco (donde era el epicentro del festejo en Capital Federal) a destrozar todo lo que estaba a su alcance, drogados, alcoholizados o no, saquearon negocios, rompieron la entrada del teatro Broadway y se enfrentaron a la policía tirándole piedras.
Todos los que habían ido hasta el lugar a disfrutar con sus familias tuvieron que salir corriendo, el festejo había terminado, la realidad ya comenzaba a ser otra.
Otra vez volvíamos a encontrarnos frente a los violentos, otra vez la policía sin poder tener el control de la situación y otra vez, un país que nos produce tristeza.
No han pasado ni 48 horas del incidente que ya dejaron en libertad a los 78 detenidos por causar estos hechos delictivos.
La guerra continúa, la guerra entre los que festejan con alegría y orgullo por la selección y los violentos que nada les importa, la guerra entre la policía metropolitana y la federal, viendo de quién era la responsabilidad, la guerra continúa también entre quienes verdaderamente quieren cambiar esta realidad y los que quieren ver un país lleno de violencia y delincuencia sin educación, la guerra continúa entre el bien y el mal pero sobre todo, la guerra continúa para todos, la realidad pesa y duele y las consecuencias no son menores.
¿Cuántas veces más tendremos que dejar de festejar para lamentar las consecuencias de un país sin rumbo?
Comentarios
Publicar un comentario